A veces, los discursos no nacen en los escritorios. A veces, se escriben para siempre en la piel erizada, en un abrazo inesperado o en un corazón que late fuerte al lado del tuyo.
Ese fue el caso del presidente Gustavo Petro el sábado pasado, cuando antes de subirse a la tarima instalada en la plazoleta de La Alpujarra, en Medellín, tuvo un encuentro que, según dijo, lo conmovió hasta los huesos: el de un joven que días antes lo había amenazado de muerte en redes sociales.
Un día, mientras revisaba las redes sociales, el presidente encontró un mensaje que llamó su atención. Era de un joven de acento paisa, al parecer proveniente de las comunas populares de Medellín, de pelo largo, que decía haber salido del Ejército y que profería una fuerte amenaza en su contra, al manifestar que donde encontrara a Petro lo iba a matar. De inmediato, el presidente dijo una instrucción: “Miren a ese muchacho a ver dónde está y pregúntenle por qué dice eso”.
Así se hizo. Lo buscaron y hablaron con él. Le preguntaron si podía hablar con el presidente y el muchacho aceptó. La cita se formalizó para el sábado 21 de junio, aprovechando la visita del jefe de Estado a la capital antioqueña, para liderar la movilización del pacto por la paz urbana en el Valle de Aburrá.
Antes de subir a la tarima de la plazoleta de La Alpujarra, el presidente y el joven, llamado Juan David, tuvieron un breve encuentro cargado de simbolismo, al que el mandatario se refirió, minutos después, en el discurso que pronunció ante los cerca de diez mil asistentes al acto.
Tras referirse al impacto que le produjo la amenaza de muerte proferida en las redes, el presidente Petro expresó: “Yo hubiera podido tener la opción de denunciarlo y de que se fuera a una cárcel, donde quizás a Juan David lo matarían en esas cárceles, que sabemos cómo son. Quizás no tendría más vida, más oportunidades. La muerte acecha por todos lados. Decidí que, mejor, habláramos con él aquí atrás”.
“Él venía con un tío o alguien, un familiar –narró el presidente a continuación–. Estaba asustado, porque no sabía qué le esperaba. Y hablamos. Solo le pregunté por qué tanta rabia si yo no le había hecho ningún daño. Y algo me dijo, pero estaba llorando. Y me pidió perdón por lo hecho, que no sabía por qué, porque tenía algún problema en la cabeza”.